martes, 26 de enero de 2010

Asesinato de Francisco Fernando de Austria


El 28 de junio de 1914, aproximadamente a las once de la mañana, Francisco Fernando y su esposa fueron asesinados en Sarajevo, capital de la provincia austro-húngara de Bosnia-Herzegovina, por Gavrilo Princip, miembro de la Joven Bosnia y uno de los varios asesinos organizados por La Mano Negra. El acontecimiento, conocido como el Asesinato de Sarajevo, fue uno de los desencadenantes de la Primera Guerra Mundial.

Es muy poco conocida su costumbre de llevar la ropa siempre impecablemente planchada y abotonada; hasta tal punto llevó este gusto por la pulcritud que se hacía coser la ropa durante los desfiles o paradas militares, para evitar que las solapas se abrieran con el viento. El día del atentado el hecho de llevar la casaca cosida impidió que se le pudiese socorrer a tiempo, tapándole la herida de bala o deteniendo el flujo de sangre con un simple pañuelo, lo que originó una hemorragia abundante y la consiguiente muerte.

Francisco Fernando fue enterrado con su esposa Sofía en el Castillo de Artstetten, en los pabellones de Viena.

Pedro D.M.M.

El acorazdo Potemkin



Origen del motín

En 1905, el Comité Central de la Organización Socialdemócrata de la Flota del Mar Negro inició los preparativos para varias rebeliones simultáneas en todos los buques de la flota, en algún momento del otoño de 1905. Sin embargo, en el momento en que se planificaba el alzamiento, el Potemkin estaba en mar abierto, en unos ejercicios de tiro en la isla de Tendra, y la rebelión estalló por cuenta propia y de forma prematura el 14 de junio.


La chispa que hizo estallar el motín fue iniciada por el segundo de abordo, Ippolit Giliarovsky, quien amenazó con tomar represalias contra varios miembros de la tripulación que se negaban a comer carne en la que se habían descubierto gusanos tras ser embarcada desde la torpedera N267, que actuaba como buque de enlace y correo. Al parecer Giliarovsky reunió a dichos marineros frente al alcázar, en una zona en cuyo suelo se había extendido una lona impermeable, y donde esperaban infantes de marina armados. Los marineros asumieron que iba a celebrarse una ejecución en grupo, y se abalanzaron sobre los infantes (que al fin y al cabo también eran clase de tropa) rogando que no les disparasen. Los hechos exactos que provocaron el motín siguen siendo desconocidos, y han sido totalmente sustituidos por la versión presentada por la famosa película muda de Sergéi Eisenstein El acorazado Potemkin. Lo cierto es que la disciplina en la marina del Zar era muy dura, y la moral baja tras las derrotas en la guerra Ruso-Japonesa.


La oficialidad del barco trató de reprimir el motín, y en el tiroteo subsiguiente murieron siete de los dieciocho oficiales del Potemkin, incluyendo al capitán Evgeny Gólikov, el segundo oficial Ippolit Giliarovsky, y el oficial médico, que había certificado la carne como apta para el consumo. Los oficiales supervivientes fueron arrestados, así como los del torpedero N267. El marinero Grigory Vakulenchuk resultó herido mortalmente durante el motín. Los marineros procedieron entonces a organizarse en una Comisión, liderada por Afanasi Matushenko.


Llegada a Odesa

La noche del mismo día, el acorazado llegó al puerto de Odesa ondeando una bandera roja. En la ciudad se había declarado una huelga general, y la llegada del buque rebelde contribuyó a aumentar la inestabilidad. Sin embargo, los representantes de la comisión de contacto de los partidos socialdemócratas en Odesa fueron incapaces de convencer a los marineros sublevados de que desembarcasen grupos armados para ayudar a los obreros a conseguir más armas y actuar de forma conjunta. Había división y confusión entre marineros y huelguistas.


El 16 de junio, el funeral de Vakulenchuk se convirtió en una manifestación política en toda regla. Los manifestantes se acumularon en la escalinata que lleva desde la zona del puerto al centro de la ciudad, donde sufrieron disparos por parte de unidades de caballería desmontada, una escena que luego sería el punto álgido de la película de Eisenstein. Existe controversia acerca de la existencia o no de ese tiroteo en las escalinatas, pero tanto el corresponsal del London Times como el cónsul británico residente informaron de enfrentamientos entre manifestantes y soldados por toda la ciudad, con grandes pérdidas de vidas humanas.


La noche siguiente, el Potemkin disparó dos proyectiles de su armamento principal a la parte de la ciudad donde se encontraba el cuartel general de las autoridades militares zaristas. Los daños fueron limitados, y un civil resultó muerto. El ejército imperial envió refuerzos a la ciudad con órdenes de suprimir el desorden civil. El gobierno además emitió una orden con el fin de, o bien obligar a la tripulación del Potemkin a rendirse, o bien hundir la nave. Dos escuadrones de la Flota del Mar Negro fueron enviados con ese fin. Se reunieron en la isla de Tendra el 17 de junio. El Potemkin, acompañado del N267, se dirigió hacia ellos, y - negándose a rendirse - navegó a través del escuadrón. Esta "batalla silenciosa" acabó con un enorme éxito para el Potemkin; los marineros del escuadrón combinado se negaron a abrir fuego contra sus ex-camaradas, y uno de los acorazados - el Georgiy Pobedonósets - se unió al Potemkin. El resto del escuadrón combinado se dirigió a Sebastopol, mientras los tres buques rebeldes ponían rumbo de vuelta a Odesa.

Pedro D.M.M.

miércoles, 13 de enero de 2010

La era


Alejandro

La era





una era situada al lado de unas huertas














Alejandro

Letra del himno de Riego

(Autor: Evaristo de San Miguel Valledor)
Serenos, alegresvalientes, osadoscantemos, soldados,el himno en la lid.De nuestros acentosel orbe se admirey en nosotros mirelos hijos del Cid.Soldados la patrianos llama a la lid,juremos por ellavencer, vencer o morir.¡Blandamos el hierroque el tímido esclavodel libre, del bravo,la faz no osa ver!Sus huestes cual humoveréis disipadas,y a nuestras espadasfugaces correr.Soldados, la patrianos llama a la lid,¡Juremos por ellavencer o morir!¿El mundo vio nuncamás noble osadía?¿Lució nunca un díamás grande el valorque aquel que inflamadosnos vimos del fuegoque excitara en Riegode Patria el amor?Soldados la patrianos llama a la lid,juremos por ellavencer o morir.Honor al caudillo,honor al primeroque el cívico aceroosó fulminar.La patria afligidaoyó sus acentosy vio sus tormentosen gozo tornar.Soldados, la patrianos llama a la lid,¡Juremos por ellavencer o morir!Su voz fue seguida,su voz fue escuchada,tuvimos en nada,soldados, morir.Y osados quisimosromper la cadenaque de afrenta llenadel bravo el vivir.Soldados, la patrianos llama a la lid,¡Juremos por ellavencer o morir!Ya la alarma tocan;las armas tan sóloel crimen o el dolopodrán abatir.¡Que tiemblen, que tiemblen,que tiemble el malvado,al ver al soldadola lanza esgrimir!Soldados, la patrianos llama a la lid,¡Juremos por ellavencer o morir!La trompa guerrerasus ecos da al viento,de horrores sediento,ya ruge el cañóny Marte, sañudo,la audacia provocay el ingenio invocade nuestra nación.Soldados la patrianos llama a la lid,juremos por ellavencer, vencer o morir.Se muestran: ¡volemos,volemos, soldados!¿Los veis aterradosla frente bajar?¡Volemos, que el librepor siempre ha sabidoal siervo rendidola frente humillar.
Alejandro

General Riego

Nació en el seno de una familia nobiliaria, aunque de poca fortuna. Tras graduarse en la Universidad de Oviedo en 1807, se trasladó a Madrid, donde se alistó en la Guardia de Corps. Con la invasión francesa de España, en abril de 1808, el general Murat le envió prisionero a El Escorial, de donde logró escapar. Se fugó hacia Asturias en donde su padre había sido nombrado miembro de la Junta Suprema de Asturias.
Iniciada la Guerra de la Independencia, el 8 de agosto de 1808 fue nombrado capitán en la división del general Acevedo, y al poco tiempo fue nombrado su ayudante. El 10 de noviembre de 1808 tomó parte en la batalla de Espinosa de los Monteros (Burgos), en la que las tropas españolas sufren una importante derrota.
Intentando proteger y salvar la vida del general Acevedo, fue hecho prisionero el 13 de noviembre de 1808, siendo deportado a Francia, donde conoció las teorías liberales más radicales. Posteriormente fue liberado, trabando contacto en Francia con la masonería. Viajó también por Inglaterra y Alemania, y en 1814 retornó a España, reincorporándose al ejército con el rango de teniente coronel. Juró la Constitución de 1812 ante el general Lacy antes de que fuera derogada por Fernando VII.
Durante los seis años de gobierno absolutista de Fernando VII, se unió a la masonería. Posteriormente conspiró o planeó, junto a otros liberales, para reinstaurar la Constitución de 1812.
Alejandro

Juan Prim

Juan Prim y Prats (Reus, 16 de diciembre de 1814 - Madrid, 30 de diciembre de 1870), conde de Reus y vizconde del Bruch, fue un militar y político progresista del siglo XIX que llegó a ser Presidente del Consejo de Ministros de España. En su vida militar participó en la Primera Guerra Carlista y en la Guerra de África, donde mostró relevantes dotes de valor y temeridad. Tras la Revolución de 1868 se convirtió en uno de los hombres más influyentes en la España del momento, patrocinando la entronización de la Casa de Saboya en la persona de Amadeo I. Murió asesinado poco después

Prim fue ascendido a teniente por las victorias obtenidas sobre partidas carlistas, durante la llamada Guerra de los siete años. Al frente de una compañía tomó Vilamajor del Vallés defendida por fuerzas carlistas superiores, y resultó herido.
Nuevas acciones victoriosas le promovieron a capitán. La toma de San Miguel de Sarradell, donde capturó personalmente la bandera del cuarto batallón carlista de Cataluña, hizo que se le concediera la Cruz Laureada de San Fernando de primera clase. Seguidamente asaltó Solsona y logró escalar personalmente el fuerte abriendo las puertas, acción por la que fue ascendido a comandante.
Nuevas muestras de valor y arrojo extraordinarios eran objeto de comentario en todo el país; sus propios soldados le aclamaban. Por una acción extraordinaria en Àger se le ascendió a mayor de batallón y se le encargó el mando en la zona de la línea de Solsona-Castellvell, por la cual pasaban los convoyes de aprovisionamiento carlista. En los combates que sostuvo perdió varias veces el caballo y él mismo resultó herido más de una vez, ganando otra cruz de San Fernando y el grado de coronel.
Al terminar la guerra tenía 26 años, había tomado parte en 35 acciones, conseguido todos los grados en el campo de batalla y su nombre era ya un símbolo de valor

Alejandro

Primera República Española

La Primera República Española fue el régimen político que hubo en España desde su proclamación por las Cortes, el 11 de febrero de 1873, hasta el 29 de diciembre de 1874, cuando el pronunciamiento del general Martínez Campos dio comienzo a la Restauración borbónica en España.
El primer intento republicano en la Historia de España fue una experiencia corta, caracterizada por la profunda inestabilidad política y social y la violencia. La República fue gobernada por cuatro presidentes distintos hasta que, tan sólo once meses después de su proclamación, se produjo el golpe de Estado del general Pavía y la instauración de una república unitaria dominada por el Duque de la Torre.
El período estuvo marcado por tres guerras civiles simultáneas: la Tercera Guerra Carlista, la sublevación cantonal en la península Ibérica y la Guerra de los Diez Años en Cuba. Los problemas más graves para la consolidación del régimen fueron la falta de verdaderos republicanos, la división de éstos entre federalistas y unitarios y la falta de apoyo popular.

Alejandro

martes, 12 de enero de 2010

General Prim

( Amadeo I frente al féretro del general Prim. Obra de Antonio Gisbert en 1870.)

Pedro D.M.M.

Muerte de Prim

Eran las 1930 del 27 de diciembre de 1870. En Madrid caía una espesa nevada. El general se despidió con cortesía de diputados y ministros, cruzó unas tensas palabras con el líder de los republicanos y se dirigió a su coche, una berlina verde de cuatro ruedas tirada por dos caballos que le aguardaba en la puerta del Congreso, con los cristales cerrados para proteger el interior del frío y la tormenta de nieve. El cochero puso en marcha el vehículo en cuanto subieron el general y sus acompañantes: el coronel Moya, que se sentó en la delantera, y su ayudante personal, Nandín, que se acomodó a su lado, en el asiento trasero.

La berlina emprendió la ruta habitual, por la calle Marqués de Cubas, hacia el Ministerio de la Guerra (Palacio de Buenavista), donde estaba la residencia presidencial. El general iba tranquilo, intercambiando algunos comentarios con sus hombres de confianza, sin dar muestras de la urgencia que sentía por retirarse pronto a descansar. Estaba tan sumido en sus pensamientos sobre la gran responsabilidad de dotar a España de una nueva monarquía que no pudo darse cuenta de que unos hombres apostados en las esquinas avisaban disimuladamente de su paso, haciendo señales con fósforos encendidos. Tampoco sus ayudantes apreciaron nada anormal, aunque estaban siendo observados desde el momento mismo en que habían abandonado el Congreso.

Al llegar a la calle del Turco –que habría de convertirse en la calle de Prim por lo que allí estaba a punto de suceder– el cochero observó que había dos carruajes de caballos atravesados en el angosto camino. Tuvo que detener la berlina en medio de la densa nevada, que caía mansa y espesa, dificultando la visión. Un segundo después el coronel Moya se asomó a la portezuela para tratar de arreglar la situación y contempló con alarma cómo tres individuos vestidos con blusas, sin duda alertados de la llegada de Prim, se dirigían hacia el coche armados con lo que le parecieron carabinas o retacos, aunque uno de ellos llevaba con seguridad una pistola. No tuvo tiempo nada más que para decir: “Bájese usted, mi general, que nos hacen fuego”.

Pero sus palabras quedaron interrumpidas por el ruido de las detonaciones, al menos tres por el lado izquierdo y otras dos por el derecho. Los cristales se quebraron y uno de los asesinos consiguió meter en el interior de la berlina el cañón del arma que portaba; tan cerca del general Prim que la cara de éste quedó tatuada por los granos de pólvora. Su ayudante, Nandín, en un movimiento desesperado, trató de protegerlo interponiendo su brazo. Las balas le destrozaron la mano, y quedaron esparcidos esquirlas y pedazos de carne abrasada.

La agresión duró sólo unos segundos, apenas los mismos que el cochero tardó en reaccionar, golpeando con su látigo casi por igual a los agresores y a los caballos hasta romper el cerco y huir hacia la calle Alcalá, llevándose por delante los carruajes que impedían la salida de aquella ratonera.

Mientras se dirigían a toda prisa hacia el Ministerio de la Guerra, Moya preguntó al general si estaba herido, a lo que Prim contestó que se sentía tocado. Al llegar a palacio los dos heridos descendieron de la berlina, ayudados por Moya y el cochero. El general subió por su propio pie la escalerilla del ministerio, apoyándose en la barandilla con la mano afectada y dejando en el suelo un reguero de sangre. Al encontrarse con su esposa forzó un gesto tranquilizador para decirle que sus heridas no revestían gravedad.

Cuando llegaron los médicos apreciaron rápidamente los destrozos en los dedos de la mano derecha, de tal envergadura que fue preciso amputar de inmediato la primera falange del anular, quedando en peligro de amputación el índice. Aunque lo más preocupante era el “trabucazo” que el general presentaba en el hombro izquierdo. Le había sepultado al menos ocho balas en la carne. Los cuidados médicos se prolongaron hasta la madrugada. A las dos de la mañana se le habían extraído siete balas.

Nandín, el ayudante, fue trasladado a la casa de socorro más cercana, donde se le diagnosticó que perdería el movimiento de la mano, que le quedaría seca e inservible; pero quizá –le dijeron– no tendrían que amputársela. Entre tanto, las noticias difundidas mentían sobre la gravedad de las lesiones: se quería que fuesen tranquilizadoras, en un momento en que era preciso mantener la calma en el Estado.

Prim mantuvo su proverbial valor durante el largo sufrimiento, que habría de durar tres días. Estuvo siempre a la altura de las circunstancias, aunque contrariado, incluso en sus delirios, por el momento en que se producía el atentado, para él tan inoportuno, aunque por lo mismo buscado por sus asesinos. El hombre más poderoso de España se apagaba lentamente en la gloria de su impresionante biografía.

Desde su juventud había acumulado honores y distinciones. Tras comenzar muy joven en el cuerpo de Migueletes, a los 26 años ya había sido condecorado con dos laureadas de San Fernando y ascendido a coronel por sus acciones heroicas en la primera guerra carlista. Fue gobernador militar de Madrid y Barcelona, capitán general de Puerto Rico y temible, para sus adversarios, diputado en Cortes. Siempre hombre de acción, el episodio que le procuró mayor fama de valiente tuvo lugar en la guerra de Marruecos, durante la batalla de Castillejos (1860). Allí recogió del suelo la bandera que portaba un alférez muerto, y enarbolándola condujo a sus tropas contra el enemigo, peleando por la conquista de un cerro que sería definitivo en el curso de la contienda. A su regreso fue recompensado con el título de marqués de Castillejos, con grandeza de España.

Político liberal y progresista, en septiembre de 1868 encabeza la revolución que destrona a Isabel II. Convencido de que la forma del Estado debe seguir siendo la monarquía pero contrario a que continúen los Borbones en el trono, se ocupa afanosamente en buscar un rey que dé inicio a una nueva dinastía. Desde el principio se muestra partidario de Amadeo de Saboya, hijo de Víctor Manuel, rey de Italia. Este empeño del general levantó chispas a su alrededor. Numerosos grupos de poder muestran su descontento. Le proponen otros candidatos y le crecen enemigos encarnizados, incluso entre sus compañeros revolucionarios, que consideran que ha traicionado la revolución proponiendo la restauración de la monarquía.

Pero Prim permanece firme en su determinación y no teme enfrentarse a las derechas ni a la Iglesia presentando para la corona de España al hijo de un rey que se ha enfrentado al Papa. Tampoco teme decepcionar a los que pensaban en el mantenimiento de la legitimidad monárquica proponiendo a Alfonso, el hijo de Isabel II, a quien aristócratas y servidores isabelinos llamaban ya "Alfonso XII". Tenía una solución original para el Estado que pensaba imponer, a pesar del disgusto de los exaltados de uno y otro bando.

Por eso eran muchos los que, por distintas razones, estaban de acuerdo con el periodista revolucionario Paul y Angulo, que escribió por aquellos días: “A Prim hay que matarle en la calle como a un perro”. Se sospecha que el héroe de Castillejos fue víctima de una amplia conjura, con varios atentados alternativos que habrían sido activados en caso de que hubiera fallado el primero. Detrás estarían gentes de distinto e incluso enfrentado signo político pero que coincidían en lo fundamental: querían que la muerte de Prim obligara a Amadeo a renunciar al trono.
Después de recibir los disparos en la calle del Turco, el general comprendió desde el primer momento que su vida estaba en grave riesgo. Así lo había manifestado a los que le rodeaban. Así, afirmó que, aunque le sobraba espíritu, le faltaba la resistencia material. Adivinó que su situación era desesperada, y su muerte inevitable. “El rey viene, y yo me voy”, se lamentó.
Murió a las 8,45 del 30 de diciembre, tras una larga agonía. El suceso provocó gran consternación entre las buenas gentes de todo el país. En Albacete, al paso del rey recién llegado, miles de gargantas proclamaron: “¡Viva el rey Amadeo, que es el hijo del general Prim!”. Apenas se conoció el óbito se sucedieron los pésames y honores.

El cadáver fue embalsamado por el doctor Simons “por el sistema de inyección” para que fuera expuesto durante tres días en la madrileña Basílica de Atocha de Madrid.

Se le preparó un entierro suntuoso; el ataúd, que corrió por cuenta de los miembros de la “Tertulia progresista”, fue el de mayor lujo conocido hasta entonces, superando ampliamente el que se dispuso para el duque de Valencia. El primer carruaje que siguió al cortejo fúnebre fue el mismo en que recibió las heridas que le llevaron al sepulcro.

La viuda recibió un anónimo que podría ser de los asesinos. Decía así: “Nos hallamos muy satisfechos del éxito de nuestra obra, y la continuaremos sin descanso”. Entre tanto, la investigación se perdió por vericuetos impenetrables, entre instrumentos de un fanatismo insensato y mercenarios de intereses muy concretos. Los tentáculos de la conjura se revelaron agobiantes y los criminales no fueron hallados: ni los que ordenaron la muerte ni los que la ejecutaron.

Pedro D.M.M.